poesía y algo más

Sonetos

 

       Los Epitafios Previos fueron,   como lo sugiere el título, la forma en que Alfonso se anticipaba a la muerte de personajes conocidos por él : hermanos, familiares, amigos o simplemente conocidos. Era una manera dulce, amarga o simplemente irónica,   de aproximarse  con el   bisturí del humor, a   las causas imaginarias, del fallecimiento de dichos personajes. De paso, ensayaba sus dotes de observador psicológico, de analista de caracteres y en todo caso, de agudo   y apasionado “cantor fúnebre”. 

Nota: a medida que se vayan localizando los textos de otros Epitafios Previos en su obra, se irán transcribiendo 

 

                 EPITAFIO   PREVIO

                                                 (Para Guillermo)

Este fue el que en su vida mereciera

por espléndido, noble y generoso

tener de diez hermanos el sabroso

título alegre de hijo calavera.

 

Título de nobleza que quisiera

quien como este que yace silencioso,

fuera tan desprendido y obsequioso

a pesar de su suerte traicionera.

 

Huía de sus manos el dinero

hacia las copas, hacia el cantinero,

hacia el amor y la amistad sincera.

 

Gastó su vida entre ilusión y vinos

y hoy viaja por recónditos caminos

en busca de su suerte verdadera.

 

                EPITAFIO   PREVIO

                                               (Para Bernardo)

 Si nadie lo afirmara lo diría

aquel daguerrotipo desvaído

que muestra tan exacto parecido

con esta clara y fiel fotografía.

 

Y si en lo externo  semejanza había,

aún más el alma siempre la ha tenido:

el mismo corazón noble y erguido,

la misma llama de la poesía.

 

Más como todo acaba en sepultura

aquí yaces, en plena primavera

-alma de nube, corazón de fuego-

 

En tanto que una rosa de amargura

dejo en la   tumba de quien siempre fuera

en faltas y virtudes mi ALTER EGO.

 

               Nota: El Alter Ego respondió a Aldebarán, con otro Epitafio que quiso adjetivarlo como a priori, para diferenciarlo de los del “maestro”. Por supuesto, el vuelo del discípulo es simplemente rasante.

 

             EPITAFIO   A PRIORI

                                               (Para Alfonso)

Aquí descansa al fín, tranquilamente,

el hermano mayor de la familia;

en su afán de soñar no hubo vigilia

y ahogó versos en copas de   aguardiente.

 

Qué geniales proyectos dibujaba

en su mesa inclinada de arquitecto!

Y con   un pulso delicado y recto

doradas aventuras calculaba.

 

Fue por todos un  poco incomprendido

y fácilmente se sintió ofendido

pero fue noble, bueno y generoso.

 

Escuchando el “Rondó” casi lloraba (*)

y oyendo al gran Chopin tanto temblaba

que se murió de un vértigo nervioso.

 

(*) Hace referencia al “Rondó Caprichoso” de Camilo Saint - Saens

Bernardo.

 

La Sonata del Crepúsculo, es el texto con el que Alfonso presentara públicamente el libro de poemas titulado “Lecturas para ti”, de su amigo el poeta chocoano Hugo Salazar Valdés. La primera parte de dicha presentación constituye una especie de ensayo sobre el Soneto, forma poética que Aldebarán privilegiara sobre todas las demás y que llegara con el tiempo a dominar con indudable maestría, como se podrá comprobar con la secuencia de sonetos que transcribimos a continuación de este ensayo. El orden de la secuencia es el mismo que aparece en un bloque de archivos dejados por Alfonso, debidamente compaginados y grapados por él y que sugieren un cierto lineamiento cronológico. Se inicia con uno de los pocos sonetos fechados por el autor en dicho bloque, en este caso con el año 1945, año en el cual cumplió 19 años de edad. Como se puede deducir, estamos ante un joven poeta que irá creciendo “verso a verso”, como diría don Antonio Machado.

 

 SONATA DEL CREPÚSCULO

El soneto y la sonata, quizás también el “sfumato”, han sido en los dominios del arte, los más felices hallazgos desde aquella nueva aurora de la humanidad que fue el Renacimiento. En nuestra época suelen darse ya las extravagancias del soneto de una sola sílaba, las audacias inhumanas del mezclador de sonidos y el esquicio hilarante del simio que lanza huevos sobre la inocencia de un lienzo, con pretensiones de originalidad pictórica. Pero a pesar de los vándalos y los Atilas del arte, no acaban de ser bellos, la intacta urna griega en su inútil belleza de museo, los irrepetibles frescos de la Capilla Sixtina, ni las catorce joyas engastadas en música de eternidad del soneto a la Catedral de Colonia. Es posible que en los áridos lapsos de la creación artística, igual que sucede en los circos, se haga necesaria la intervención de los payasos, antes del interludio de magia. Tal vez la humanidad requiera a veces tomar un nuevo impulso espiritual. Ello explicaría esa asfixiante pausa de letargo artístico, en que la poesía homeopática y los torrenciales desbordamientos retóricos señorean la heredad del lenguaje de Cervantes. Son las épocas de la buhonería de los falsos artistas, vendedores de “bibelots”, falsos diamantes sin talla y dijes baratos engastados por fingidos Cellinis de la poesía. Mas siempre tendrán los pueblos cultos esa tardía primavera en que el cincel y la paleta, la lira y la palabra reflorecen en creaciones que son la exaltación del espíritu del hombre. Una de ellas, el soneto, es la más perfecta estructura verbal que haya podido dar un iniciado verdadero en los misterios de la poesía. Caben en su ámbito, lo épico y majestuoso, lo crítico y punzante, lo burlesco y donoso, lo moral y a la par lo sentencioso. Mas, por razones singulares, además de lo religioso y místico, de lo filosófico y dialéctico, lo lírico y amoroso en sus más quintaesenciadas sutilezas, hasta alcanzar los más altos fastigios de lo artístico. A la vez perfecto como la verdad al cubo, es el soneto la más selecta y delicada geometría del espíritu. Del balbuceo del Marqués de Santillana, frente a la santidad poética del cantor de Laura, pasará la lengua castellana al escarceo sutil del conceptuoso y genialísimo Quevedo. Y por el puente lírico de Boscán y Garcilazo, al mar bifronte de Góngora y de Lope, rodeados de estuarios polifónicos en que las venas de próvido lirismo de Espronceda, la Gómez de Avellaneda, Herrera, Campoamor y otros de menos altivos blasones poéticos, vierten sus aluviales tesoros de órfica lira en el soberbio y claro continente del soneto. Sin la aparición de esta fórmula métrica, muchos versos inmortales no habrían surgido al esplendor de la belleza, pues que en este marco rígido y perfecto, como en ámbito atómico, no puede caber sino el mágico equilibrio, el luminoso espacio estético, el mensaje sutil en esplendor de gracia y de misterio.
Como toda belleza eterna -hermoso rostro de mujer, o gesto heroico, o exquisita joya- las expresiones más primorosas de la forma poética se hallan en la pulida urna del soneto. El destello genial, las sugestiones inefables, los matices inesperados, no lucirían decorosamente dentro de los humildes y opacos sobres de papel de estraza de la trova picante o el urente epigrama. La interpretación de otras almas a través de la propia sensibilidad, oficio divino de elegidos, reclama el ámbito regio de un joyero de princesa palatina, o Papa decadente. Perla de Ormuz o diamante tallado amorosa y sabiamente en Idar-Oberstein, sería el soneto en la regia corona de la poesía. Sólo este pomo mágico del verbo puede encerrar en su espacio de luz musical, lo sabio, lo misterioso y lo hechicero.

Desde el primer soneto que escribiera el siciliano Giacomo Pugliese, árido y escabroso como el paisaje que señorea el Etna belicoso, hasta aquel de Quevedo, en que….”polvo serán, mas polvo enamorado”, y hendiendo el tiempo las cellinescas joyas de Darío, Lugones, Herrera y Reissig, Piedra y Cielo y anónimos taumaturgos del mester poético, la lírica estructura de catorce facetas, sigue siendo la piedra de toque de todo iniciado y novicio de las Musas. Unidad, armonía, flexibilidad, naturalidad y transparencia, pero ante todo, auténtico entusiasmo creador, serían la pauta, de seguro incompleta, de un soneto excelente y a la par hermoso. Una mujer de exquisita hermosura y un soneto perfecto, son lo más cercano a la belleza eterna.
En tan exigente contexto poético, propio de la aristocracia de la poesía, Hugo Salazar Valdés, heredero andino de Lope y de Garcilazo, nos obsequia con Lecturas para ti, un silabario de homenajes delicados y altamente poéticos. La manera más cálida y gentil de entregarle a una mujer el singular presente de los frutos opimos de la estación tardía. Confidencias de otoño a la hora en que es grato a la mujer “vivir de nuevo viejas vanidades”y a un poeta “la gloria póstuma de sus triunfos perdidos”.

Cuando todo parece haber concluido y del barco de la juventud sólo vemos el mástil que se hunde, suele la vida deparar al hombre que ha logrado salirse del rebaño, una segunda primavera vital. Pero es el impulso amoroso renovado en un instante de gracia autumnal, lo que reaviva el fuego divino del poeta, la perdida agudeza del científico y aún el menguante carisma de esa raza sin amigos que sería la de los políticos. Y es que en el hombre nunca muere esa pasión totalitaria que hasta en los infantes es el amor y en la que se confunden sensación y ternura, ensueños y urgencias de la especie, ideal y deseo. Balzac nos habló un día de la transformación del amor sensual e ardor literario. Así se explican Virgilio y Petrarca y Lope, Beethoven y Schuman y Chopin. De esta manera se comprende el sonetario exquisito de Hugo Salazar Valdés. Tal vez allá en su medioevo poético de Carbones en el alba y Pleamar, el abismo salino sometiera su corazón poeta a sus despóticos encantos de ola y rumor, gaviotas y paisajes. Hoy el cantor ha recalado en la final bahía de donde no se vuelve. De las marejadas de acre esmeralda palpitante, la poesía llega en cálido y sosegado reflujo a las playas de suave oro tardío del hombre que ha vivido sesenta primaveras. Goethe a los setenta y cuatro años amó agónicamente a ULRIKA VON LEVTZOV, niña en flor por los jardines de Carlsbad. Y es que siempre en el corazón arderá el ascua sollozante del lucero y plena el alma de voces y de signos, millonaria de sones de flauta iliria, ansiosa de sosegadas confidencias, buscará un alma gemela para decir a dúo la asordinada elegía del otoño. Es la hora del canto en el más bello momento del atardecer, cuando los barcos se han marchado y el hombre escruta vagas lontananzas de andinas y mediterráneas nostalgias por los sueños que levaron el ancla. Quien sabe si el poeta regresa de un viaje fantástico por delirantes meridianos juveniles y se dispone –Ulises sosegado- a cruzar amorosos paralelos que le había frustrado el huracán ineluctable de su demonio interior, o su ananké irrefragable de intérprete de oráculos y sueños. Ya no es el batir de olas sobre el acantilado del corazón en su vernal hazaña. Ahora las soledades remansadas y una vez más la mujer y su inebriante abismo, para la paz propicia de inasibles y vagas sensaciones en el ansioso atardecer. Hermoso homenaje de un nauta que del ensueño que acla el nocturno barco de sus días, para entregar a una elegida su carga de aromas cordiales y marinas nostalgias. Lejos ahora mares y tormentas, el poeta le entrega la clara sinfonía de sus versos y hace de ella, en la hora propicia, la rumorosa caracola que acoja los fragores de sus mil marejadas e insurgencias de amor. Es la hora de Ronsard elegíaco frente a la belleza floreciente de Helena de Surgères, el instante ideal para que suene la amorosa ocarina desterrada del vegetal océano de la selva chocoana.

La vena épica de que hablara el agudo crítico Jaime Mejía Duque, no debió ser en realidad, más que primaverales desbordamientos, aluvión en palabras, de la sangre que inicia sus revoluciones de amor y quién sabe, quién sabe, la riada visible de opíparas glándulas juveniles, transmutación del erótico ardor en volcánicos ímpetus verbales. Poesía mestiza y sentimental, poesía blanca y lírica, como la de cualquier felibre o Musset transplantado a nuestro clima de trópico sensual.

Este libro de oros otoñales, no da lugar en su ámbito estético, a sospechosos panegíricos que exalten sus primores literarios, ni se presenta con timidez de doncella frente a los Zoilos de café, los Aristarcos de academia, o los petimetres de minúsculos corbatines poéticos. Tampoco se trata aquí de hacer la “crítica del Himalaya, piedra por piedra”. Esta delicada y a la vez testimonial analectas de HUGO SALAZAR VALDÉS, contiene cuanto la sólida y esbelta arquitectura del soneto puede dar en el lírico y resonante diapasón de un grande aedo, de un gran lirida de nuestro meridiano de nuestro meridiano y nuestra hora. Esta de lo ruidoso insustancial, de lo intrépido absurdo, de lo inhumano alienante y decadente. Versos con maestría formal e insólitos hallazgos imaginativos. Nada de funanbulescas acrobacias de forma, ni audaces desnudeces morales. Versos hilvanados como perlas perfectas del más brillante oriente y estrofas como congelados lingotes de belleza. Ni durezas de aprendiz ni encaballamientos de palabras para redondear idear o por falta de fluencia cordial o dominio de verso. Ritmo fácil y tierno como el contorno del cuerpo amado ya dispuesto a la entrega. Rimas felices, pulcras, líricas y exactas. Lejos de los malabarismos idiomáticos, que bien están para los juglares del verso y los saltimbanquis de moderna data en los dominios de la poesía. Imaginación y ternura de poeta que ha vivido mil estíos de amor.

Aún podríamos agregar, con riesgo de ser al fin profusos, que podemos no entender un verso de HUGO SALAZAR VALDÉS, pero sentimos sin esfuerzo el rumor del misterio y el hilo fino y claro de la emoción auténtica. Ahí está la poesía a flor de estrofa. No hay que hacer silogismos sobre un verso. El arte tiene las fronteras de lo incognocible. La belleza está ahí pero no tiene forma, ni color, ni sonido. A golpes de intuición y nutridos de millonarias vivencias cordiales, podremos adentrarnos en la selva de los signos poéticos. Quizás no podamos tocar el árbol melodioso de la poesía pero sentimos su rumor, como se siente el murmullo amoroso en el desolado corazón, y la angustia, y el tedio y la saudade. Pulida la redoma del lenguaje, exquisito el perfume sin ser decadente, lírico y sensual por el doble avatar de la cultura y de la raza, el poeta nos hace entrega generosa de su otro yo, característica de todo gran cantor del corazón. Su gracia poética no sufre mengua si el cincel de la autocrítica pasa dos veces sobre la natural belleza de la forma lograda. Acierto en la metáfora, sin la cual, según Proust, no podría darse esa “ suerte de eternidad al estilo”. Feliz hallazgo de imágenes, sugestión y matiz en un solo alarde hechicero, y siempre milagro de acierto creador. Y en fin, tensión lírica que no rebasa el ánfora preciosa de los versos, ni siquiera en los audaces abordajes de la pasión sensual, propia de quien por las pulsiones ancestrales, sentirá que siempre lo enardece “el viejo roce melancólico de la carne y el cielo”.

Febrero de 1986

SONETOS DE ALDEBARÁN


LÉGAMO (1945)

Siempre tendiendo el alma en pos de un alto cielo,
de una luz que depure nuestro cieno maldito
y siempre como Icaro, volver del infinito
rota el alma y marchito nuestro místico anhelo.

Del légamo medroso tornar a alzar el vuelo,
Inútiles los remos y el ideal marchito
para caer de nuevo a alimentar un mito
que lleva a hondo abismo de eterno desconsuelo.

¡Caer!...caer de nuevo trayendo la ceniza
que al salir del mar muerto en que el alma agoniza
su alba veste llevaba de la linfa letal.

Y ya mirando el cielo tan alto, en una inútil
desilusión que aterra, rendirnos a la fútil
tarea de consolarnos en el fango del mal.

AMOR TARDÍO

Tarde, muy tarde llegas a mi puerta
hermosa golondrina mensajera,
cuando ya mi esperanza nada espera
y mi alma es un ánfora desierta.

Cuando ya mi pasión se encuentra muerta
y aunque mi sangre grita que la quiera
el corazón detiene su carrera
porque no se halle mi ilusión despierta.

Porque llegas tan tarde a mi ventana
si pudiste llegar una mañana
de la dulce y alegre primavera!

Hoy ya es invierno, torna ave de paso
y un beso y un adios ponle en el raso
de su boca de niña quinceañera.

LA MUERTE DEL CISNE

¡Cuan dulcemente sobre el lago llueve!
Vaga sobre el cristal un viento vago
que empuja al blanco soñador del lago
como una blanca góndola de nieve.

La imágen de la estrella no es tan leve,
ni la lluvia ni el viento noctivago
como el cisne viajero sobre un vago
reguero de luceros como nieve.

¡El cisne va a morir! Llora la estrella
y en el fondo del lago palidece
y se torna más lúgubre y más bella!

¡El cisne va a morir! La noche es bruna
mas la luna en el lago se aparece
y el cisne muere en brazos de la luna!.

ESPLÍN

¡Dejad, dejad que pasen las horas y que el sueño
haga hurto de mis diarias tristezas a las horas!
Dejadme muellemente dormir que así, traidoras,
las penas no vendrán en vano empeño.

Dadme un dulce narcótico, un cálido beleño
que quiero como playa dejar pasar las horas
en tanto que fantásticas visiones brilladoras
me llevan a países versátiles de ensueño.

No me llaméis, dejadme como un muerto olvidado,
dejad que mi tristeza solloce entre la sombra
de aquella hermosa vida que se llevó el pasado.

No me llaméis que quiero soñar la noche, el día,
el mes, el año el siglo, dormir sobre esta alfombra
y al despertar del sueño entre la fosa fría.

 

MOTIVO GALANTE
A Cecilia

Desolados jazmines de tu frente
bajo el trigal maduro del cabello
y en el alma un anhelo de lo bello
viviendo de tu gracia solamente.

En tus ojos el cielo se presiente
como el lucero en el azul destello
y en tu risa que lleva el regio sello
la alegría florece eternamente.

Toda la gracia que tu ser declara
-como la luz al corazón del río-
fue a mi emoción para que te cantara.

Y así, por tu belleza de rocío
hacia tu juventud de gema rara
como un aroma asciende el canto mío.

ADIOS MIGUELUCHO
A Miguel Angel Osorio

Y sigue la inconclusa, la humana caravana
que pasa por la vida como efímera tea!
Mañana, amigo, en urbe períclita y lejana
te hallarás extranjero, iluso y sin idea.

Mañana la nostalgia de la tierra y mañana
nostalgia de la amada que se quedó en la aldea,
de los buenos amigos y de uno que desea
más que todos hallarte en la esquina aldeana.

En la esquina en que al toque de oración siempre iba
a formar en la alegre nocturnal comitiva
que cruzaba las calles escrutando el postigo.

¡Adios… buen Miguelucho! Mañana hacia el ocaso,
detente en una esquina y aguarda por si acaso
mi espíritu se fuga para charlar contigo.

 MUJER

¡Mujer…, todo termina esta noche de luna!
El amor de un minuto, la ventura de un día
y el sueño tan soñado que forjó la alegría
bajo el mágico hechizo de tu gracia moruna!

Nuestro amor fue una ráfaga quimérica, fue una
mentira perfumada, un vino de ambrosía
con que brindé gozoso para decirte mía.
cuando gritaba ¡ajena!, la voz de la fortuna.

Esta noche de luna mi amorosa locura
a tu nombre adorado le dará sepultura
en una estrella hermosa del cerúleo tul.

Para que tu no puedas esquivar mis amores
y, fingiendo sonrisas en los castos fulgores
adorarte en la imagen de una estrellita azul.

AGOSTO Y ELLA

Beatriz, ahora es octubre y el recuerdo
de aquel agosto del amor bohemio
me viene a visitar con el apremio
de algo que pudo ser y que me pierdo.

Tanto como de ti siempre me acuerdo
del sin igual y mágico proemio
en que con ansia de forzado abstemio
bebí tu beso y suplicié tu cuerpo.

Nunca un agosto tan agosto fuera
en el tiempo y el alma ni me diera
tanta saudade ni melancolía.

Ya languidece octubre y nuestro agosto
se nos vuelve recuerdo y dulce mosto
de algún vino que yo no conocía.

ELLA Y EL RECUERDO

De desdén en desdén el olvido ha venido
cual de otoño en otoño llega el gélido invierno,
sólo me queda ahora recordar que te olvido
y saber que fui efímero como el tiempo es de eterno.

De tu exquisito rostro me queda diluído
algún gesto lejano, exquisito y fraterno:
tal vez el de una noche de baile, sorprendido
en el instante bello en que fuera más tierno.

Tal vez el de otra noche ¡”oh las noches bohemias!
en que el llanto llenara de estrellas tus pupilas
y tu a mí de altos soles, pasiones y blasfemias.

Sólo tu saber puedes mis palabras sibilas
porque con tus desdenes y tus olvidos premias
el sueño que llenaste de sombras y favilas.

LEGADO
“Ronsard me celebrait du temps que j•etais bell”.

Pierre de Ronsard, el príncipe del madrigal, un día
eternizó a una hermosa de la Francia sin par
con un felíz soneto transido de elegía
que en ti pensando puse en castizo rimar

Elena se llamaba la hermosa que podría
llamarse con tu nombre que yo he de eternizar,
si es tu belleza imagen de aquella y es la mía
una pasión eterna como la de Ronsard.

Beatriz : toma las rosas del jardín de la vida
en la flor de estos versos que te ofrece rendida
el alma de quien sueña tu belleza cantar.

Y recuerda, nostálgica, al juglar que decía:
tu hubieses sido en Francia, Helena, Inés, Lucía
y Alfonso no podría ser ahora Ronsard.

ASEDIO

Del juvenil y altivo meridiano
traspasadas las líricas fronteras
mi corazón ha izado sus banderas
en la colina de tu amor lejano.

Castillo a conquistar –quizás en vano-
tu ajeno corazón pone trincheras
de desdén, que serán aunque no quieras
escombros bajo el fuego de mi mano

País de ensueño a disfrutar la gloria
van mis legiones tras la audaz victoria
sobre tu cuerpo de augurales goces.

Mil escudos te guardan, diez murallas,
pero tras la mujer de cien batallas
y en la guerra de amor no me conoces.

¡OH EL CAMINO DE SWAN!

Toma, gacela, de mi verso el vino
que ha de embriagar igual que tu belleza
y como un fino vino cristalino
en una copa a eternizarme empieza.

Esa copa eres tú, y fue tu sino
guardar, alta y pulida, la tibieza
de ese sutil y cristalino vino
que le ofrece mi verso a tu belleza.

Como Ronsard a la divina Elena
una elegía de saudade llena
te ofrezco yo, como si fueras ella.

Y…como ella, tu dirás un día,
sonriendo con nostálgica ufanía:
Alfonso me cantó cuando era bella.

CRONICA BOHEMIA

Inés. La noche. Un bodegón sombrío!
Mi ocasional amiga enamorada
de un displicente y noble camarada
comparte, sin placer, copa y hastío.

Ella piensa tal vez en el desvío
del que en amor persigue apasionada,
yo en mi pasión por una tierna amada
encanto triste de un amor tardío.

A Inés y a mí el licor nos entristece
en lugar de alegrarnos y parece
que ella piensa en los besos de su amante

cuando le hablo de besos y caricias,
en tanto que yo sueño en las primicias
de la que vive en mí estando distante.

III

Hasta la copa diáfana languidece de tedio
y hace su viaje triste hasta el puerto del labio;
yo, sabio ya de otoños y de placeres sabio,
no enruto mis deseos hacia el sensual asedio.

Aprovecho sonriente un callado intermedio
y para no causarte ni deseos ni agravio,
al reclamo del goce brindo mi desagravio
besando con los ojos tus dos senos en medio.

De una trivial pregunta que no responderás,
una ingenua pregunta que ya nadie formula
porque el moderno estilo de amar pudo de más.

No soy De Grieux, tu no eres Inés, Manon Lescaut
la noche sus hastío sobre el alma acumula
y ya con la mirada tu contestaste….No!.

COLOMBIA-RUSIA

En Arica de Chile -salitres y volcanes-
tierra de amor y viñas, copihues y canciones,
entre un vasto murmullo de aplausos y emociones
Colombia y Rusia inician un duelo de titanes.

Como Lautaros rubios, finos Caupolicanes
saltan a la gramilla los eslavos leones,
ágiles, corpulentos, raza de campeones
avanzan como aludes, corren como huracanes.

Pero un raza oscura -raza de Vasconcelos-
mezcla de amor y tierra, de libertad y anhelos
una muralla forma con once corazones.

Y al grito de Colombia en los labios hermanos,
el huracán moreno avanza entre lejanos
rumores de esperanzas, lágrimas y canciones.

AMOR CREPUSCULAR

De verano en verano al otoño llegaron
-si ya la primavera estaba ausente-
y en un final de invierno se encontraron
y se quisieron silenciosamente.

Fue un amor de silencio en que gustaron
la fuga presurosa del presente
sin ayer, sin mañana se entregaron
los frutos del instante evanescente.

Amor crepuscular que sólo aspira
al holocausto azul de una mentira
que entre cómplices linos se consuma,

dejando en todo la silente angustia
de una rama de olivo que se mustia
y alguna primavera que se esfuma.

OTOÑO

El otoño es la suma de lentas primaveras,
vernales tallos verdes entre hojas amarillas
prometen a la vida fragancias y semillas
y el invierno resigna inútiles esperas.

Morir en el otoño cuando aun las canteras
del amor nos prometen sensuales maravillas
y en el cuerpo, aún joven, invioladas arcillas
reclaman el milagro de noches alfareras.

Morir en el otoño aún juvenil el gesto,
alegre la sonrisa, el corazón enhiesto
y apenas leve asomo de arrugas y de canas.

Morir cuando son frutos maduros los poemas,
cuando el amor es sabio y las dichas supremas
piden cándidos lechos y doncellas paganas.


AL AYER

Ayer niña, hoy mujer, siempre el recuerdo
de mar y playa, beso y oleaje!
Luego el dulzor robado en pleno viaje
y después el diván como recuerdo.

Aquel gesto felino y como pierdo
el exacto sabor de aquel pillaje
de besos que aún en lírico miraje
todavía tu boca en sueños muerdo.

¡Ya es ceniza el ayer que fuera llama!
tu juventud mi boca no reclama,
ni yo insisto en tu boca que fue mía ¡

Tu enciendes otro fuego y sin embargo,
siempre despiertas con un gesto amargo
recordando aquel viaje y aquel día!

SUEÑO

En oníricas aguas recobrada
tu belleza de ayer, tus doncelleces,
los gesto de ternura y languideces
que fueron mi locura enamorada.

Fascinadora siempre tu mirada
en el sueño amoroso te apareces
e igual que ayer a mi ilusión le ofreces
una efímera dicha constelada.

Has revivido todas las saudades
que tu extraña ternura me dejara
aquella noche azul de tempestades,

en que ardimos con astros encontrados,
sin que del rito sideral quedara
más que dos corazones calcinados.

El MAR Y ELLA

Esos días de luz -mi mediodía-
y tu con tu morena adolescencia
y aquel beso frustrado en la impaciencia
del minuto que hoy es melancolía.

De la playa a la ola discurría
tu floral doncellez en florescencia
llenando con su cálida presencia
de fragancia sensual la luz del día.

Mi juventud ansiosa sostenía
altos sueños de amor y tu discreto
huerto doncel los encendía.

¡Ah! de mi juventud el gesto inquieto,
tu boca y aquel beso que sería
mi trofeo de amor y mi secreto.

FERNANDO LEON

Con nombres de monarcas de Castilla
-a manera de escudo y noble acero-
armé al nacer, hidalgo caballero,
al dulce mayorazgo de mi arcilla.

Nobleza que aún asombra y maravilla
dí a su nombre magnífico y procero
porque fuese en su oído lo primero
claras, bellas palabras sin mancilla.

Y así, armado de nombre como escudo
de probado blasón y noble espada,
inicia el viaje proceloso y rudo,

en que además de acero y de coraza,
lleva como riqueza inagotada
los oros ancestrales de mi raza.

LILIAN CONSTANZA

Tu nombre ungí de lirio y de constancia
porque un amor lilial me recordara
y a la constancia que le dí sumara
de una flor la belleza y la fragancia.

Nombre floral que uniera a la prestancia
de la flor, la virtud que lo declara
para que fuese así norma preclara
y al par, recuerdo heráldico de Francia.

Sueños, virtud, recuerdo, amores bellos,
son en tu claro nombre como aquellos
reflejos de una estrella fenecida

que aunque del cielo nocturnal ausente,
sigue alumbrando majestuosamente
sobre el vasto desierto de la vida.

     

 

 

 

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